Crónica de la Excursión de la “Sociedad Geológica Mexicana” a la Sierra de Santa Catarina. *
La agrupación que en México cultiva los estudios geológicos, dando pruebas de que aún existe entre nosotros la fuerza capaz de dar vida a la ciencia, fuera de las esferas oficiales, determinó que la excursión de estío del año en curso fuese a la Sierra de Santa Catarina. Y deseosa de que pudiesen gozar de la paz, la soledad y la grandeza de las montañas, no sólo sus miembros, sino todos los amantes de los sanos placeres que brinda el campo, anunció que podrían inscribirse al corto viaje personas ajenas a la expresada Sociedad, llamamiento que no fue como el del predicador en el desierto.
Se designó el 31 de julio para el fin deseado y a las 7:45 h de la mañana partíamos de San Lázaro en un tren del Ferrocarril Interoceánico, las personas siguientes: alemanes, Paul Hanff, Herman Mayer, Ernesto Wittich, F. Lentz y Guillermo Höpfner; austriaco Paul Waitz; cubano, Antonio Pastor Giraud; mexicanos, Juan de Dios Villarello, Francisco Javier Rojas, Teodoro Flores, Carlos Moya Zorrilla, Rafael M. Tello, Roberto G. Gómez, José A. Aguilera, Manuel Balarezo, José C. Zárate, Ignacio S. Bonillas y el autor de estas líneas, y yanqui, George Willis.
Dirigía el grupo el reputado geólogo Dr. Paul Waitz, que escribió para que la Sociedad Geológica la diese a la estampa y nos sirviera de guía una descripción de la Sierra a la que íbamos, y la víspera expuso en interesante conferencia, con fotografías proyectadas por la linterna mágica, lo más notable de las manifestaciones volcánicas que veríamos, y algunos de los fenómenos generales del vulcanismo, en la sesión de verano de la ya nombrada corporación.
A la media hora de nuestra despedida de la Capital y tras haber visto el Peñón Viejo desde los asientos del vagón y los diversos paisajes que del camino se columbran, y conversando gratamente, bajamos en Los Reyes. Aquí empezó el viaje a pie, la instrucción y lo más agradable del paseo.
El tiempo era de lo mejor: sol hermoso, azulado cielo, brisas refrescantes. Los campos, con la verdura y las bellas florecillas de la estación, y los cerros, cubiertos monte bajo y esmaltados por gran variedad de delicadas flores, atraían las miradas de los geólogos y de los aficionados al saber de éstos.
* Escrita por encargo del Presidente de dicha Sociedad, Ing. D. Juan de Dios Villarello.
Caminar y empezar a ascender fue todo uno. De suerte que a cada 100 pasos o menos se ensanchaban de notable modo nuestros horizontes. Como debía esperar, dada la claridad del día, el panorama, al que enfocamos nuestros ojos con arrobamiento y frecuentemente, era el grandioso formado por los elevados centinelas de nuestro singular Valle de México que llevan los expresivos nombres de Popocatépetl e Ixtacíhuatl. Sus perennes nieves fingían superficies de plata en las que reverberaban los rayos solares. La Mujer Blanca o Dormidarecordaba a la Venus que ostenta sus inmaculadas e incomparables formas, y que nacía, no del seno de los mares, sino de las etéreas e inholladas cumbres.
Incansable el Dr. Así como para subir como para enseñar, ora lo veíamos manejando su martillo con destreza consumada para haber un ejemplar y mostrárnoslo señalando lo digno de notarse en él, ora ascendiendo airosamente, ya extendiendo su mano para indicarnos la dirección de las corrientes de lava que avanzaron, las unas hasta tocar a los lagos, o fueron contenidas, las otras, por eminencias anteriores, ya esperando, para darnos las explicaciones del caso, a los que, por la edad o la gordura nos quedábamos siempre en zaga.
El maestro Villarello, discreto como toso los que de versussaben, hablaba sólo cuando era interrogado y lo hacía derramando a torrentes las luces de su saber y los tesoros de su experiencia.
No es el fin de esta sencilla narración dar a saber lo que vimos como aficionados a la Geología, que para eso están allí las substanciosas páginas del Sr. Waitz, sino conservar, por medio de la palabra escrita, las impresiones de los que efectuábamos la correría. Todas fueron placenteras y de aquellas que se desea tornen frecuentes.
Nos causó la grata impresión, a media subida el contraste del rojo vivo y del negro oscuro de los tezontles entremezclados, hallar algunas bombas volcánicas que sin gran esfuerzo quebraban, o con golpe ligero de martillo, y tener en la mano preciosos ejemplares de los mismos tezontles que .por el color y la forma y la escasa densidad semejan esas esponjas artificiales tan usadas en estos tiempos.
A la cima llegamos, del volcán de Santa Catarina, la más alta de la Sierra, a 2800 metros de altitud en cifra redonda. ¡Volcanejo! dirá alguno que haya hollado las eternas nieves de nuestros altísimos picos. No discutiremos. Lo será o no, es muy interesante, y su amplio cráter convida a pasar en él unos días de delicioso alejamiento de las grandes ciudades modernas.
Desde aquella altura comprendimos con claridad el sentido del opúsculo de nuestro experto guía y abarcamos en dos miradas toda la Sierra. Doquier se advierte la forma peculiar de los cerros volcánicos y particularmente en el Xaltepec, que observado desde ciertos puntos de vista es un tronco de cono perfecto. Ante formas así, a las mientes nos vino el original y concienzudo ensayo de nuestro culto amigo el distinguido Ingeniero D. Jerónimo López de Llergo sobre Morfogenia(Revista Positiva, tomo IX página 157-81) en el que explica a satisfacción cómo se produjeron los cráteres en los volcanes.
Descendimos del de Santa Catarina, y junto a un cebadal de breve llano, en un recuesto, y a la sombra de frondosos tepozanes, y cerca de abruptos peñascos, descansamos primero y almorzamos luego, en medio de animada plática y de sorbos de helada cerveza. Otra vez fue motivo de admiración el Dr. Waitz a quien se debía el feliz acierto en elegir los apetecibles manjares y la elísea bebida. Se brindó y se deseó la prosperidad crecientede la Sociedad Geológica Mexicana, fue consagrado un recuerdo al eminente geólogo y compatriota D. José G. Aguilera, de viaje por Europa y con la encomienda de representar a México en el Congreso Geológico Internacional de Estocolmo; el Presidente de la Sociedad Sr. Villarello fue objeto de merecidas felicitaciones, y por último, con unánime aplauso y aprobación entusiástica, recibió el Dr. Waitz el bautizo de “maestro de guías.”
El consumo de musculares esfuerzos había sido considerable en la mañana y estuvimos en reposo hasta las tres de la tarde, A esta hora reanudamos la marcha. Los menos fatigados subieron al pedregoso cerro de Santiago, y los más quedamos en abierto puerto, entregados a ver la sierra y a sabrosa conversación. Integrado el grupo comenzamos a descender; en un paralelepípedo de cenizas volcánicas del cráter meridional del Mazatepec, subió el Sr. Waitz y desde esa tribuna geológica nos dio la penúltima explicación con voz clara, profundo saber, acento de apóstol y ademán gallardo. Le aplaudimos con calor. Llegó a nosotros, tras haber dejado el sólido contrafuerte, bajando donosamente por un recuesto de sesenta grados. ¡Nunca ha bajado más airosa de la tribuna!
Cerca de Tlaltenco, habló como guía por vez postrera el incansable alpinista. Cuanto más nos acercábamos a esta aldea, más imponente veíamos al Santa Catarina; los abruptos senderos que habíamos seguido, las ásperas laderas, los borraba la distancia y sólo veíamos el conjunto majestuoso del cráter y las faldas, tal cual sucede en la contemplación de los fenómenos sociales: sólo la totalidad da ideas completas, y el que se pierde en el laberinto de los detalles, de él no sale e ignora hasta su propia condición.
Por eso atrae la Geografía física a sabios y profanos, porque es sintética y sólo analiza como operación previa a sus apreciaciones de los totales. Al sentimiento repugnan las separaciones de lo abstracto y esas simpatías generales por los estudios que no desmenuzan los objetos en que se ocupan, revelan cómo está formada el alma humana y de qué manera han de cultivarse sus funciones.
Entramos a Tlaltenco cansados, pero más que cansados sedientos. Apenas tuvimos tiempo de reponer en parte los líquidos del organismo perdidos por el ejercicio. El tren había partido ya de Tláhuac y no tardaría en llegar a aquella población. Subimos al vagón, y, a pesar de la fatiga muscular, el espíritu no se rendía: nos fijamos otra vez, divisándola rumbo al Norte, en toda la Sierra de Santa Catarina.
La locomotora anduvo, y en silenciosa admiración nuestra, desfilaron los paisajes. Hundía su disco en el ocaso el en verdad astro rey, cuando volvíamos a México; sus postrimeros rayos impregnaban de indecible melancolía lejanos picos de las montañas: y La que humea y la mujer dormida lucían arrogantes sus alburas teñidas de grana. Tan bello tránsito del día a la noche nos recordó el primor y la exactitud de Gabriel y Galán, cuando dice al hablarle A la Montaña:
"El bello sol naciente
siempre el beso primero
puso amoroso en tu soberbia frente;
siempre su adiós postrero
te quiso dedicar el sol poniente. "
México, Agosto 8 de 1910.
Agustín Aragón